Hay finales que alivian, otros que incomodan, y otros que abren espacio para algo profundamente transformador. Cada cierre de año es una invitación a mirar con honestidad lo que nos trajo hasta acá… pero también lo que ya no necesitamos llevar al año siguiente. En las organizaciones pasa lo mismo: el recorrido deja huellas, certezas, pero también hábitos, reuniones, procesos y creencias que en algún momento fueron útiles y hoy se convirtieron en un freno.
En este contexto, hablar de abandonar prácticas empresariales no es hablar de eliminar por eliminar, sino de reconocer que sostener lo insostenible tiene un costo: agota, dispersa, fragmenta y debilita. Soltar, en cambio, libera tiempo, energía y foco. Es un acto de liderazgo, pero también un acto emocional.
Este artículo acompaña a líderes y equipos a hacer ese trabajo necesario antes de iniciar el 2026: revisar, discernir, soltar y reconstruir desde un lugar más consciente.
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Muchas organizaciones creen que lo que ya no suma simplemente “está ahí”, sin molestar. Pero no es así. Las prácticas, procesos y creencias que quedaron obsoletos ocupan espacio mental y operativo. Y lo hacen de manera silenciosa.
Un proceso innecesario puede parecer una formalidad más, pero se lleva horas que podrían destinarse a soluciones estratégicas. Una reunión que ya no tiene sentido sigue exigiendo presencia, disponibilidad y energía. Incluso una creencia antigua —como “siempre se hizo así”— puede convertirse en una barrera que bloquea oportunidades de innovación o mejora.
Lo que no se revisa, se acumula. Y lo acumulado termina frenando el crecimiento, incluso cuando las intenciones son buenas.
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Durante el año, el ritmo acelera y las preguntas profundas quedan relegadas. Pero diciembre tiene un efecto casi terapéutico: detiene, suaviza, ilumina. Las personas están más predispuestas a mirar hacia atrás, revisar decisiones, pensar en la experiencia vivida.
Por eso este mes es ideal para preguntarse:
¿Qué estamos sosteniendo por costumbre más que por necesidad?
No se trata solo de eficiencia. Es emocional: cerrar ciclos exige un acto de valentía interna. Y exige reconocer que crecer no solo implica sumar, sino también soltar lo que pesa.
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Cada organización tiene su propio inventario de prácticas que ya no aportan. Algunas se ven, otras no tanto. Algunas se sostienen por obligación, otras por miedo al cambio, y otras simplemente porque nadie se atrevió a cuestionarlas.
Esas reuniones que se mantienen en la agenda “porque siempre estuvieron ahí”. Son encuentros donde se conversa sin avanzar, donde la energía cae y donde las decisiones nunca llegan. Aunque parezcan inofensivas, consumen horas que podrían invertirse en mejora, creatividad o resolución real de problemas.
Muchos protocolos nacieron para responder a necesidades antiguas. El contexto cambió, las tecnologías cambiaron, la forma de trabajar cambió, pero los procesos siguen igual. Cuando nadie sabe explicar para qué existe un paso específico, es señal de alerta.
Tal vez alguna vez funcionaron, pero hoy se transformaron en límites:
Son ideas que brindaron seguridad en algún momento, pero que hoy desgastan y restringen. Liderar desde el miedo consume una energía que podría estar disponible para liderar desde la confianza.
Reportes que nadie lee, formularios duplicados, aprobaciones que suman pasos sin agregar valor. Cada una parece menor, pero juntas forman una montaña que drena el foco estratégico.
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El miedo a dejar ir aparece porque creemos que soltar es perder. En realidad, soltar es crear espacio. Es permitir que lo nuevo encuentre lugar para emerger. Si la agenda, la energía y la mente están ocupadas sosteniendo lo obsoleto, ¿cómo podría entrar lo que realmente impulsa el crecimiento?
Liberar prácticas inútiles permite:
Soltar no debilita. Soltar fortalece.
Para acompañar este proceso de cierre, estos ejercicios pueden convertirse en una herramienta poderosa. No requieren grandes recursos, solo honestidad y disposición.
En equipo o individualmente, escribir tres listas:
La última categoría suele revelar las prácticas que necesitan soltarse antes del 2026.
Tomar un proceso, una reunión o una costumbre interna y preguntarse:
Si la respuesta es “nada grave”, probablemente sea algo que debe soltarse.
Invitar a cada líder a completar estas frases:
Las respuestas muestran qué ideas se volvieron cadenas invisibles.
Imaginar cómo sería la organización si se eliminaran cinco prácticas innecesarias.
Preguntar al equipo:
¿Qué haríamos con el tiempo que recuperaríamos?
La respuesta suele ser una guía clara para rediseñar prioridades.
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Dejar ir no es una moda. Es una capacidad estratégica que construye organizaciones más adaptables, más conscientes y más eficientes. A veces el crecimiento no llega sumando cosas, sino restando lo que ya no sirve.
No todo lo que trajo resultados en el pasado los traerá en el futuro. La madurez organizacional consiste justamente en poder distinguir la diferencia y actuar en consecuencia.
Este fin de año invita a dar un paso emocionalmente honesto: reconocer qué prácticas siguen por inercia y qué espacios necesitan liberarse para que el 2026 empiece con frescura, foco y sentido.
Cerrar no es terminar.
Cerrar es preparar el terreno para crecer mejor.