Sin duda, la presencia femenina en el mundo empresarial está escalando posiciones paulatinamente, desde que las ideas preconcebidas sobre la mujer en el hogar dejaran de ser un parámetro condicionante para la autorrealización y empoderamiento femenino.
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No obstante, si bien en los últimos años se le está brindando mayor visibilidad al rol de la mujer en los negocios y puestos de liderazgo, la conquista de ese derecho no fue un trayecto fácil y aun hoy resta mucho trabajo por hacer para que la igualdad de género sea una realidad.
En el marco del Día Internacional de la mujer, la propuesta de este artículo está enfocada a comprender la evolución del liderazgo femenino en las empresas a lo largo de la historia y cómo fue posible el cambio de paradigma inclusivo a partir de la ruptura con el techo de cristal de siglos anteriores, que relegaba a un segundo plano la capacidad de las mujeres para ascender a puestos jerárquicos.
“Creo que tenemos las mismas oportunidades hoy en día que los hombres a nivel de formación, pero no nos podemos igualar aún en nivel de aspiración, crecimiento en la acción y consecución en los logros”
-Sara Navarro, presidenta de AMMDE (Asociación Madrileña de Mujeres Directivas y Empresarias)
A nivel global, la presencia femenina surge en la industria a partir del siglo XIII de manera incipiente, pero no sería hasta el siglo XVIII que comenzaría a desempeñarse como hilanderas y tejedoras, aunque cobrando salarios muy precarizados. Para esta clase de trabajos, solo eran aceptadas mujeres jóvenes y solteras para realizar labores no cualificadas, como la limpieza, la costura y el orden.
Durante siglos, estructuras como la iglesia y las ideas conservadoras profamilia defendieron la postura de una participación femenina ausente en el mundo laboral, cuyo único propósito en la vida se reducía al ejercicio de la maternidad y el cuidado de la familia, pues era el hombre, como jefe del hogar, quien proveía el sustento familiar mientras la mujer se dedicaba a criar a los hijos y mantener la higiene del entorno.
El mercado laboral de aquellos siglos era segregacionista, puesto que reproducía la división sexual del trabajo asignando los roles laborales estratégicos para los hombres, mientras que a las mujeres les asignaban las tareas domésticas, consideradas de menor valor.
Como el sostén de la familia debía ser el hombre, la mujer no podía ganar un salario que le permitiera cierta independencia económica del marido porque era algo mal visto por la sociedad. Esta realidad favorecía también la dependencia de la mujer al matrimonio, puesto que la decisión de separarse la dejaría prácticamente en la ruina junto con sus hijos.
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La incorporación al mercado laboral de la mujer en el siglo XX supuso una importante transformación que revolucionó el panorama de la época quebrando viejas estructuras limitantes para la inserción femenina, imperantes en una sociedad dominada por una perspectiva masculina del desarrollo profesional y la formación académica.
A principios de este siglo, se conmemora por primera vez el Día Internacional de la Mujer, con concentraciones en diversos países, en donde además del derecho al voto y de ocupar cargos públicos, se exigió el derecho al trabajo, la formación profesional y la no discrimación laboral.
Si bien es cierto que todavía existen mujeres que continúan ejerciendo ese mismo rol tradicional, lo cierto es que el mundo moderno ofrece muchas más alternativas para las mujeres, por lo que quienes indefectiblemente se dan a la tarea de ser amas de casa a tiempo completo es porque así lo han decidido y no como resultado de obedecer a los mandatos familiares.
Desde luego, la revolución por la conquista de los derechos femeninos no se produjo de la noche a la mañana. Por mucho tiempo las mujeres desempeñaron las típicas tareas que asignaban para ellas según la concepción patriarcal de la época: realizar las tareas domésticas fuera del hogar. Fue, sin embargo, el primer atisbo de empoderamiento femenino de la historia, después de cumplir el rol de enfermeras de guerra, cargo que ejercían totalmente ad honorem.
Con el correr de los años, el cuidado paliativo de los heridos de guerra recibió la denominación de enfermería, pero hubo diversas luchas y reivindicaciones por el trabajo femenino remunerado hasta que finalmente la enfermería se constituyera como una profesión rentada, al igual que el servicio doméstico.
Como resultado de las transformaciones en las condiciones económicas, políticas y sociales del mundo en el siglo XX, la figura de la mujer adquirió una presencia más activa y gestora en diversos entornos ajenos al hogar. En este contexto y a raíz de las luchas feministas la mujer comenzó a tener mayor participación en la esfera pública, obteniendo una incursión en el mercado laboral, mediante diferentes organizaciones de diversas naturalezas.
Esta nueva notoriedad les permitió a las mujeres acceder a una mejor educación y formación profesional, lo que les abrió las puertas a la obtención de empleos mejor remunerados y más calificados en los mismos entornos que los hombres.
Al mismo tiempo y a medida que la mujer adquiere independencia y presencia pública, la maternidad se convirtió más en una elección que en un deber, por lo que el empoderamiento femenino coincidió con una reducción de la maternidad, a la vez que se produjo una aceptación mayoritaria de los métodos anticonceptivos, a fin de vivir una sexualidad más plena y libre del rol reproductor.
La mujer había logrado su derecho al voto, mejores condiciones laborales, independencia financiera, puestos profesionales de relevancia y, por primera vez en la historia, lograba ocupar cargos ejecutivos, si bien al principio eran muy pocas las que se abrían camino entre el liderazgo masculino para plantear otras alternativas, otras ideas, una diplomacia y empatía que podía propiciar mayores lazos en lugar de rivalizar por el poder.
En la actualidad, son cada vez más las mujeres que asumen cargos de responsabilidad, pero siguen siendo menos que los hombres que desempeñan cargos ejecutivos. Aparentemente, el techo de cristal aún mantiene ciertos prejuicios con respecto al rol de liderazgo de la mujer en las empresas, impidiendo su ascenso a puestos directivos.
A esto hay que agregar la feroz competencia del mercado laboral para ascender a estos puestos, razón por la cual muchas mujeres desarrollan una baja autoestima y aceptación de la realidad que les impide luchar por una posición de liderazgo, conformándose con mandos medios o roles administrativos.
Según un informe realizado por la consultora D'Alessio IROL para Gestión Compartida, 7 de cada 10 personas considera que es más difícil para una mujer acceder a un puesto jerárquico.
"Los aspectos culturales requieren procesos de cambio a largo plazo, porque dependen de la educación recibida, de los espacios de socialización y de la distinción con una simple adecuación a lo que 'está bien' hacer o decir. Pero, a partir de los reclamos de distintos colectivos se está contribuyendo a modificar la representación de la mujer. Y esto tiene resultados positivos para su inserción laboral. Todos somos más permeables y empáticos con situaciones que hace unos años hubieran sido resueltas de una única manera".
-Silvana Lanari, directora de IT & Supply Chain de Farmacity.
Hoy en día el liderazgo femenino en las empresas es cada vez más real y más asequible acceder para las mujeres, puesto que la movida feminista de los últimos años contribuyó a que el tema de la igualdad de género se dabatiera con más profundidad y se comenzaran a establecer leyes laborales más igualitarias y flexibles, con beneficios que les permitiera a las mujeres no tener que elegir entre la maternidad y el trabajo.
Es cierto que aún queda mucho camino por recorrer para que el liderazgo femenino sea parte de la normalidad y deje de concebirse como un galardón. Solo en ese momento habrá, además de igualdad, equidad de género.